Santa marta desde afuera
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Crónicas del Más Allá
Una argentina buscando a la Samaria en el Fin del Mundo
Por: Hija del viento
Crónicas del Más Allá
Una argentina buscando a la Samaria en el Fin del Mundo
Por: Hija del viento
Cuando me hicieron la propuesta de intentar encontrar a la bella Santa Marta en algún sitio de mi ciudad, me sentí francamente desafiada… y por qué no decirlo, hasta impotente. Había vivido en la Samaria un tiempo, (5 meses para ser más exacta), y al regresar a mi Buenos Aires querido sólo sentía distancia de aquella Perla del Caribe que tanto amo.
Una abismal distancia.
Estuve horas y desvelos devanándome los sesos… buscando a Santa Marta en algún rincón de éste sur helado. Más lo único que venía hacia mi mente eran todas las diferencias que existen entre sí, incluso, a mi entender, irreconciliables diferencias. A eso le sumaba el miedo, es que yo no soy periodista, ni reportera, yo…, yo solo escribo. ¡Responsabilidad por partida doble!.
Pero me animé.
Pues sí, vivo en una mega ciudad, portuaria por excelencia, pero excesiva también. Una ciudad donde todos somos anónimos. Una ciudad de tango y de rock, húmeda, de fríos intensos, superpoblada, de edificios suntuosos, de arquitectura imponente, europeizada, de autos enloquecidos, buses, metros y trenes. Una loca maraña de autopistas serpenteantes. Urbe de estaciones terminales rebalsadas de figuritas humanas que asemejan nidos de hormigas, de aeropuertos convulsionados. Buenos Aires, ciudad de nostalgias y anonimatos, de grandes distancias, del gran Río De La Plata ; ciudad cosmopolita, violenta; un monstruo gigante y hermoso. Donde el verde es el tesoro de su corazón, donde la llanura es la extensión de las urbes que la circundan. Donde el mar queda lejos. Es una luz al sur del sur, explosiva de historia, de arte y de cultura, de centros comerciales lujuriosos, de exultantes avenidas y paseos, de gente diversa. Una ciudad non-stop. Una gran Medusa moderna. O tal vez, sólo el reflejo de algún tiempo pasado que fue mejor.
Buenos Aires es decir río, ruido, excitación, derroche. Es decir luminarias, deslumbre, frío, anonimato, cemento…demasiado cemento. Un loco vértigo que a veces entorpece los sentidos, hasta los del más cuerdo, los desdibuja, y hasta por momentos aprisiona el alma.
Es en ese punto dónde me encuentro y me cuestiono: ¿cómo establecer un paralelo entre tanta locura y el paraíso terrenal?; ¿por dónde estás mi Samaria?, con tus callejuelas, tus aceras angostas, tus casitas de colores, tus parques tranquilos, tus cerros. ¿Por dónde te encuentras?. Tu arquitectura colonial, tus barrios apacibles, la quietud a la hora de la siesta. ¿Dónde tus playas?, tu arena blanca, el calor de tu sol, la amabilidad de tu gente. ¿Dónde hallo tu alegría, tu música, tus sabores y tus aromas?. ¿Dónde sentir menos tu distancia?, ¿dónde encontrar un pedacito de refugio y sentirme más cerca de ti?. ¿Dónde tus barquitas, tus pescadores, tus noches cálidas y alegres?. ¿Dónde tu aires de bohemia y libertad?.
Y entonces caminé, y caminé buscándote… Y por allí, por los suburbios de la gran urbe, redescubrí un sitio que me hizo sentir más cerca de ti… Este barrio también lleva el nombre de un santo, que es su patrono, y se llama San Isidro. Pequeña ciudad que tiene un casco histórico, que data de hace poco más de 300 años, desde los lejanos tiempos de la colonia y los virreyes, que por momentos me hizo sentir metida en tus entrañas. Esa historia, la misma historia de piratas y conquistadores que también golpeó tus costas. Casitas bajas de estilo colonial, callecitas angostas, bares cálidos, prestos a brindarte un rico cafecito para reparar los fríos vientos de éste invierno y coquetos hoteles boutique. Viejas casonas restauradas y convertidas en bibliotecas, centros culturales y museos. La legendaria avenida por donde siglos atrás anduvieran las tropas nacionales defendiendo éstas costas tomadas por los ingleses, que también se llama Avenida del Libertador. También encontré un puerto pequeñito que amarra embarcaciones que se meten río adentro a navegar, a escapar, a soñar. Sí…podía respirar la bohemia, la historia y el presente.
Así es que me encontré de repente en éste oasis enclavado en medio del monstruo devorador…y me tocaste la piel mi Samaria bella.
Tranquilamente podía imaginarme caminando por la Calle 17, o 18. Detenerme unos momentos en la Plaza Mitre, a observar los centenarios árboles, como si estuviera en el Parque Bolívar a la sombra de un viejo almendro. Y pisando las calles empedradas, podía transportarme como por un pase de magia al Callejón del Correo. Entrando en la preciosa casa museo “Prilidiano Pueyrredón”, y admirando sus jardines, aspiraba el aroma a verde fresco de la Quinta de San Pedro Alejandrino.
Todo era calma.
Abriendo los ojos y al correr la vista veía que no, que no estaban los cerros, pero desde las altas barrancas que bajan al río, observé el horizonte de agua color diente de león confundirse con el cielo azul, parecía tu mar infinito…, no se ve la otra orilla de éste río incierto… Y cerrando nuevamente los ojos, me transporté, sentía como si aspirara la sal de tu océano; a la vez que se reflejaba en mis retinas el verde esmeralda de tus aguas…, oyendo a la par la música de tus olas suaves y ligeras.
Y fue así que soñé…que estás aquí, en estas latitudes conmigo, prendada en mis venas, ciudad dos veces santa. Como si te hubieras casado con San Isidro, y yo así quedara convertida en otra de tus hijos de sangre, por siempre jamás.
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