Un rincón para disfrutar en Santa Marta.

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45 años divulgando la historia natural 

El Acuario y Museo del Mar está situado en un rinconcito de la bahía de Santa Marta, que le fue concedido en comodato al capitán Francisco Ospina Navia, en 1966 y que por 45 años ha permanecido abierto, no sólo al público que quiere maravillarse con ejemplares marinos que difícilmente vería en documentales televisivos, sino a los investigadores de universidades del país. Allí acuden practicantes de biología o veterinaria de universidades de la Costa, de la de Antioquia y hasta de Venezuela. 

EL ACUARIO Y el Museo del mar, en Santa Marta, cumplen 45 años en 2011. Fundados por el Capitán Francisco Ospina Navia, contienen ejemplares de animales de distintos mares, como delfines y otarios.


Los delfines del Acuario del Rodadero, en Santa Marta, deben vivir contentos: cuando hay mar de leva muy fuerte y las corrientes los sacan de sus estanques y los llevan a mar abierto, ellos siempre regresan.

Alex y Tica, cada uno con más de 350 kilos de peso, saltan sobre la humanidad de Sandy, una de sus entrenadoras en este sitio, uno de los atractivos de la Bahía Más Linda de América, esa ciudad en que la brisa no es pegajosa porque el viento pasa primero por la Sierra Nevada de Santa Marta y se filtra: deja allí la sal y la humedad, antes de llegar a la Costa.

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Son estrellas de un espectáculo. Por un aplauso y por la recompensa que les entrega Mello, el entrenador, son capaces de nadar de espaldas, alcanzar una boya colgada a tres o cuatro metros de altura, y emitir sus chasquidos cada que ese hombre parado en una plataforma plástica, al lado del estanque, se los solicita. Esa recompensa no es otra cosa que trozos de calamares o de pescados pequeños, que el hombre les entrega en la boca al terminar con éxito cada número.

Son las estrellas centrales, las más juguetonas, pero no las únicas. También es muy querida por el público una loba de mar u otaria llamada Canela, de 16 años de edad, que da besos con aliento a pescado -incluso a algunos visitantes- arrimando su trompa de largos bigotes a la mejilla del privilegiado, con tal de recibir las aclamaciones y los bocadillos.

Este animal, parecido a la foca, procede del Océano Pacífico. Por el tiempo que la visitamos, Canela se recuperaba de una gripa que la había condenado a padecer una maldita tosecita que la tenía tomando un apestoso jarabe a diversas horas del día. Permanecía aislada de los demás animales, en su estanque, recibiendo atenciones de la veterinaria. Vio a la mujer de la bata blanca acercarse con el balde lleno de trozos de pescado en una mano, salió del agua con su cómico andar de pingüino pero con patas más pegadas aún, para caminar por el patio que circunda su charco y así recibirla como se merecía.

"Está ganando sobrepeso -comentó la profesional- por estar tan quieta". Pero no tenía de qué preocuparse: en dos días más la otaria volvería a su rutina de juegos y en breve recuperaría su figura.

Los niños pueden ser biólogos marinos por un día, dice un letrero. Esto es, interactuar con Canela o con otros animales inofensivos. Darles la comida, verlos de cerca.

Tortugas de unos 70 centímetros de largo, 150 kilogramos y más de ochenta años de edad sacan de vez en cuando su cabeza del agua para tomar aire y vuelven a descender al fondo de su estanque. Los trabajadores del Acuario deben lavarles la caparazón con cepillo de vez en cuando, pues la lama las cubre y hace perder su color.

Las rémoras, metáforas de esos "amigotes" que viven a expensas de otro, pegados como gotereros desde el momento en que destapan una botella de licor, se pegan al cuerpo del tiburón gato, que debe nadar arrastrándolas por todas partes porque como dice Luz, la bióloga, no es que sean muy buenas nadadoras ni cazadoras. No se avergüenzan de los sargentos, unos peces más pequeños que pasan a su lado y viven de forma más independiente.

Los sábalos, grandes y con su piel plateada, son otra sensación. Hay unos creciendo en estanques bajos, que los visitantes ven desde la baranda, pero se ven mejor en otros tanques de cristal elevados a la altura de una persona.

"Estos peces ganan 25 libras por año", comenta Franco Ospina, el director del lugar.

Caminando un poco más, se ven las rayas látigo. En otras peceras grandes, éstas empotradas en la pared, también hay anémonas, caballitos de mar, pulpos, peces globo, mariposas y esponjas marinas.

Las esponjas son "lo más primitivo que hay en la fauna".

En fin, una variedad de animales marinos que fascinarían hasta al más inconmovible de los mortales. Animales unos tan extraños que más bien parecen plantas o que se confunden con las rocas cubiertas de desechos del fondo de las peceras.

El museo
Y cuando uno termina este recorrido en el que la guía da los nombres de los seres, explica sus costumbres y responde las preguntas, lo espera el Museo del Mar, un sitio seco en el que hay objetos de marineros antiguos, como brújulas y escafandras; compases y mapas. También está explicada la navegación de griegos y egipcios, en épocas antiguas y noticias del mar de todos los tiempos, como el naufragio del Titanic, con facsímiles de periódicos del mundo, como The Boston Daily.

Allí está la lista de más de 25 piratas que invadieron Santa Marta. Desde Jean Francois de la Roque Señor de Roberval, en 1543, hasta Juan Bodquin, en 1702, pasando, claro está, por Francis Drake, quien atacó esta ciudad dos veces: en 1567 y 1596.

El Acuario está rodeado por una colina de vegetación desértica, que el Director ha hecho sembrar de penca sábila.

Este paisaje, complementado por el del mar que por sí solo es un espectáculo, se aprecia mejor cuando uno llega o se va, en la embarcación del Acuario, conducida por el Capitán Pertús, en un tramo que tarda cinco minutos en recorrerse, desde las playas de El Rodadero.